Al saber la verdad de tu perjurio,
loco de celos, penetré en tu cuarto.
Dormías inocente como un ángel,
con los rubios cabellos destrenzados,
enlazadas las manos sobre el pecho
y entreabiertos los labios.
Me aproximé a tu lecho, y de repente
oprimí tu garganta entre mis manos.
Despertaste. Miráronme tus ojos.
Y quedé deslumbrado,
igual que un ciego que de pronto viese
brillar del sol los luminosos rayos!
Y en vez de estrangularte, con mis besos
volví a cerrar el oro de tus párpados.
Francisco Villaespesa
viernes, 13 de abril de 2007
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