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lunes, 30 de abril de 2007

JULIO CORTÁZAR: Las armas secretas



Curioso que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender

una cama, que dar la mano es siempre lo mismo que dar la mano, que abrir una lata

de sardinas es abrir al infinito la misma lata de sardinas. «Pero si todo es excepcional»,

piensa Pierre alisando torpemente el gastado cobertor azul.

«Ayer llovía, hoy hubo sol, ayer estaba triste, hoy va a venir Michèle.

Lo único invariable es que jamás conseguiré que esta cama tenga un aspecto presentable».

No importa, a las mujeres les gusta el desorden de un cuarto de soltero, pueden sonreír (la madre asoma en todos sus dientes) y arreglar las cortinas,

cambiar de sitio un florero o una silla, decir sólo a ti se te podía ocurrir poner esa mesa donde no hay luz.

Michèle dirá probablemente cosas así, andará tocando y moviendo libros y lámparas, y él la dejará hacer mirándola todo el tiempo, tirado en la cama o hundido en el viejo sofá, mirándola a través del humo de una Gauloise y deseándola.

«Las seis, la hora grave», piensa Pierre.

La hora dorada en que todo el barrio de Saint-Sulpice empieza a cambiar, a prepararse para la noche.

Pronto saldrán las chicas del estudio del notario, el marido de madame Lenótre arrastrará su pierna por las escaleras, se oirán las voces de las hermanas del sexto piso, inseparables a la hora de comprar el pan y el diario. Michèle ya no puede tardar, a menos que se pierda o se vaya demorando por la calle, con su especial aptitud para detenerse en cualquier parte y echar a viajar por los pequeños mundos particulares de las vitrinas.

Después le contará: un oso de cuerda, un disco de Couperin, una cadena de bronce con una piedra azul, las obras completas de Stendhal, la moda de verano.

Razones tan comprensibles para llegar un poco tarde. Otra Gauloise, entonces, otro trago de coñac. Le dan ganas de escuchar unas canciones de Mac-Orlan, busca sin mucho esfuerzo entre montones de papeles y cuadernos.

Seguro que Roland o Babette se han llevado el disco; bien podrían avisarle cuando se llevan algo suyo.

¿Por qué no llega Michèle? Se sienta al borde de la cama, arrugando el cobertor. Ya está, ahora tendrá que tirar de un lado y de otro, reaparecerá el maldito borde de la almohada.

Huele terriblemente a tabaco, Michèle va a fruncir la nariz y a decirle que huele terriblemente a tabaco. Cientos y cientos [268] de Gauloises fumadas en cientos y cientos de días: una tesis, algunas amigas, dos crisis hepáticas, novelas, aburrimiento.

¿Cientos y cientos de Gauloises? Siempre le sorprende descubrirse inclinado sobre lo nimio, dándole importancia a los detalles.


Julio Cortázar

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